Desde pequeñito siempre me ha gustado contar historias...
Yo quería ser escritor. Gran parte de mi infancia la pasé detrás de libros que abultaban más que yo. Mi afición nació gracias a mi padre, que me leía todas las noches, y yo solo esperaba que llegase la hora de acostarse para sumergirme en mundos fascinantes.
Un día aprendí a leer y tuve que abandonar la comodidad de que te lean y solo tener que esforzarte en imaginar, para tener que empezar a leer por mi cuenta. Y aunque no os lo creáis eché unos buenos brazos. Quienes leáis en la cama ya sabéis lo que cuesta sostener un libro sobre tu cara estando bocarriba. Para que luego digan que leer es solo un esfuerzo intelectual.
Supongo que cuando cada día te pierdes entre historias maravillosas y fascinantes, llega un momento en que te preguntas si hay algo más allá. Quienes serán esas personas que crean todos esos mundos oníricos. Bueno, o igual no te llega ese momento, pero en mi caso quise convertirme en uno de ellos y comencé a escribir. Al principio no lo hacía demasiado bien, pero con esfuerzo y tesón comencé a encontrarle el punto.
Y toda mi infancia y preadolescencia la enfoqué pensando que iba a ser escritor, hasta que se cruzó ante mí el teatro. A los 10 años o así, mi madre me apuntó a un curso extraescolar donde un excéntrico profesor (no sé qué será de él, ojalá lea esto algún día y pueda contarle cómo me inspiró) estaba preparando la obra de Pinocho. Éramos unos críos, y aunque no teníamos idea de nada, no nos faltaba ilusión, y sobre todo teníamos ese atrevimiento que da la ignorancia. Ojalá conserváramos siempre esa sensación. Sería todo más fácil. Todas las barreras mentales que nos ponemos para cualquier cosa. Cuanto… todo es más sencillo.


Pero volviendo al tema, en ese curso (que por cierto se canceló porque se llevaba a cabo en una librería que cerró y la obra nunca llegó a estrenarse ni a verla nadie), descubrí que había más maneras de contar historias y de jugar con la imaginación, y así se me metió en la cabeza el poso de la interpretación.
Pero ya sabéis, uno crece y la razón a veces se antepone al corazón, y de pronto ese mundo de maravillas choca con la realidad y te das cuenta de que eso de ser actor es una quimera y que de eso no se puede vivir.
Así que acabé el instituto (con unas notas muy mediocres, porque estaba más interesado en todo lo creativo que en todas esas cosas aburridas que se hacían en clase y que no entendía para qué me iban a servir) y comencé la carrera de Periodismo (¿Qué carrera se estudia para ser escritor? Pues… esto era lo más parecido a poder vivir de la escritura) y la bofetada de realidad se debió escuchar en Pernambuco (¿Por cierto dónde está Pernambuco? En esto momentos es cuando me planteo que debería haber prestado más atención en las clases de geografía…). Todo mi planteamiento se desmoronó, y toda mi creatividad parecía morir a medida que el curso avanzaba. Tenía claro que no podía seguir por ahí.
Y en ese momento tomé una decisión que cambiaría el curso de mi vida. Decidí estudiar interpretación. Era una locura sí, pero… ¿No era más locura vivir con la constante melancolía de estar estudiando algo que no tiene nada que ver contigo? ¿Con tu esencia?
Así que sin comerlo ni beberlo, me embarqué en una experiencia de descubrimiento artístico, y de mí mismo que duró muchos años, y en los que me crucé con algunas personas que me influyeron de una manera increíble. Albert Espinosa los llamaba los amarillos. Gente que pasa por tu vida en un momento dado y te cambia todos los esquemas.
Seguramente la que más influyó y que encendió la mecha de todo lo que vendría después y que me ha traído hasta este momento es Christopher Geitz. Para quienes no le conozcáis es uno de los directores más increíbles que he conocido nunca. Tiene un estudio de entrenamiento de actores llamado Cinemaroom, junto con Mar Sampedro y mi experiencia allí solo puedo definirla como… un renacimiento.
Sí, el David que entró en Cinemaroom no tiene nada que ver con el que salió unos años después. Allí desarrollé todo mi gusto, aprendí a amar la interpretación, y descubrí el cine desde otra perspectiva. De pronto dejó de ser un hobby palomitero de fin de semana a convertirse en la respuesta a todas mis inquietudes.
En el cine podía llevar a cabo todas mis pasiones: Escribir, contar historias, imaginar mundos imposibles y vivir otras vidas.
Y gracias a Chris y junto a un gran amigo, Jesús Fernández que también estudiaba en Cinemaroom con el que conecté creativamente, rodé mi primera obra audiovisual.
Vale, así dicho suena muy rimbombante. Realmente era un corto hecho por dos locos que no tenían ni idea de cine, pero con una ilusión y unas ganas tremendas. Y ayudados por unos amigos increíbles que se volcaron para ayudarnos a llevar a cabo nuestra locura, con menos idea que nosotros si cabe.
Y lo hicimos, y la respuesta que tuvimos fue inesperada. Y ahí me di cuenta de que eso me encantaba pero que necesitaba aprender un poco más o nunca iba a llegar a hacer nada decente. Y yo tenía muchas ideas…



Así se cruzó en mi camino la ECAM. Mi tiempo en Cinemaroom había llegado a su fin y necesitaba seguir expandiendo mis conocimientos en otra línea.
Fueron quizá los 4 años más intensos de mi vida en lo que a formación se refiere. 24 horas rodeado de cine, hablando de cine, y por qué no, aprendiendo de cine. Allí conocí a gente maravillosa con la que aún sigo trabajando cada vez que se me ocurre alguna nueva locura. Y sí, no todo fue bueno, pero ya sabéis que a veces las escuelas no son perfectas.
Lo importante es todo lo que saqué de allí. La gente, las ganas de rodar, las ganas de escribir, y la seguridad de verme capaz de hacer todo eso.
A partir de aquí tocaba volar libre, y comencé a rodar cortometrajes, algunos de ellos escribiendo lo guiones junto a Jesús, ya que siempre que se nos ocurre algo, nos retroalimentamos y creamos algo mucho mejor de lo que se nos hubiese ocurrido por separado. Estos cortometrajes me han dado muchas satisfacciones, ya que me han permitido viajar por todo el mundo, ser seleccionado en festivales que hace unos años eran tan solo un sueño, y no han hecho sino reafirmar que quiero seguir dedicándome a esto toda la vida.
Y una cosa no he perdido en todo este tiempo y es mis ganas de investigar, de experimentar y de probar cosas nuevas. No soy de esos directores que ruedan siempre la misma película. Si algo lo he hecho ya no me resulta estimulante. Si es nuevo y no sé hacerlo, quiero demostrarme a mí mismo si soy capaz de hacerlo. Y por eso he tocado muchos estilos distintos, desde la comedia, el drama, el terror, la intriga… las planificaciones complejas o los largos planos secuencia.
Cuando te pones a prueba en cada proyecto a veces aciertas y otras veces no tanto pero mi máxima es que siempre aprendes algo nuevo así que incluso los fracasos son oportunidades de aprendizaje. Qué demonios… no creo que existan los fracasos. Siempre he aprendido más cosas de las cosas que me han salido mal (o no del todo bien) que de las que han ido rodadas.
Solo las primeras me han permitido mejorar.
Y así llegamos hasta el día de hoy donde sigo con las mismas ganas, la misma pasión y embarcándome en nuevos proyectos y nuevas locuras cada vez con más conocimientos, pero con las mismas ganas de experimentar y probar cosas nuevas.
Y tengo la suerte de caminar con otra de las personas más creativas y con más talento que he conocido nunca, y que me complementa al cien por cien y con la que todo lo que imagino mejora a niveles inimaginables, Carla Sala.
Es una nueva etapa de mi vida y sé que juntos haremos grandes proyectos. Pero esa es otra historia que está por escribirse, y estoy seguro de que lo podréis leer en las siguientes páginas…
